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El des-encantador de perros

Por Pedro Gerardo Nieves/

Como el perro de Pavlov, cientos de miles de seguidores en twitter secretaron baba, y bilis, ante el terrible trino que había aventado a la red social el afamado chef Sumito Estevez para despotricar de alegres o enfurecidos canes que acompañan sus paseos en bicicleta por la Isla de Margarita.

Muy en la ego-moda de narrar domesticidades, el sobremediático cocinero, con pose de sobrado y perdonavidas, explicó a su electrónica concurrencia que se encontraba “Buscando en internet repelentes naturales para perro. Los callejeros ya son epidemia en Margarita y rodar en bicicleta se ha vuelto rudo”.

El cínico comentario (y recordemos que “cínico” proviene de la raíz griega “perro”) no tardó en levantar una digital polvareda de comentarios indignados. Algunas respuestas guardaban las formas, hay que admitirlo, pero las más eran verdaderos insultos que bajarían la moral al más cara`eperro.

Tanto es así que hasta gremios animalistas le dirigieron cartas públicas, con mucha altura y parsimonia, pero también con dureza. La Red de Apoyo Canino lo tachó elegantemente de irresponsable y lo conminó a que por su condición de figura pública, sirva de enlace para lograr un constructivo abordaje del tema de los animales desamparados.

Hasta uno que otro tuitero, valido del irresponsable anonimato con que se trolea a la gente, llegó a sugerir que muy probablemente el cocinero en sus viajes por Asia había guisado, frito o asado a uno que otro perro callejero para servirlo en exóticas comilonas.

Sumito, conocido “influencer” que seguro hace buen mercado con los reales que gana en las redes sociales, se defendió como perro boca arriba (y perdónennos esta vez los gatos por la metáfora): “Honestamente y con cierta ingenuidad pensé que había formas no invasivas para repeler a un animal agresivo. Respeto demasiado a quien respeta la vida… Así como me cuesta respetar una agresión”, dijo el chef defendiendo su imagen y, por consiguiente, sus ingresos.

Recordemos la frase del atolondrado William Maxwell Aitken, quien dijo que “Si un perro muerde a un hombre, no es noticia, pero si un hombre muerde a un perro, eso sí que es noticia”. Pues bien, Sumito no llegó a morderlos, (incluso señaló que fue mordido por uno de los güinos), pero con su postura armó un verdadero atajaperros que fue tendencia durante largo tiempo.

Como llaneros no entendemos la tirria del chef contra nuestros perros. De hecho, uno de las más dulces estampas que recuerdo de mi niñez son los bailes de joropo zapateao, con arpa o bandola, llano adentro, donde en un calorón y con un polvero que levantaban las alpargateadas sabrosas de los bailarines, se recibían con divertida resignación los mordiscos de los perros que acudían el baile aturdidos por la vorágine dancística.

¿Qué llanero no ha llorado un desprecio con la copla de Jorge Guerrero donde el enamorado es visto con la indiferencia de quien “ve un perro muerto porái en la carretera»?

Y a pesar de que “a perro que no conozco, no le jalo el rabo” tratar como plaga a animales que son históricamente categorizados como el mejor amigo del hombre constituye, cuando menos, una desmesura. Porque, hay que decirlo, la expresión “vida de perros” afincada en el inconsciente colectivo como medida atroz del sufrimiento humano denota los terribles padecimientos que mucho desgraciado propina a nuestros queridos canes.

Sumito, definitivamente, quedó como perro en patio e´ bolas por andar de malas pulgas.

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